10 de mayo de 2013

Arte y Humanismo en Guadalajara

Arte y Humanismo en Guadalajara es la obra que nos explica
la expresión artística del linaje Mendoza en esta ciudad.




















Una nueva clave para entender la historia de nuestra ciudad: 
Arte y Humanismo en Guadalajara, de Antonio Herrera Casado.

José Luis García de Paz, abril de 2013

Acabo de leer un ejemplar del último libro publicado por Antonio Herrera Casado, Cronista Provincial de Guadalajara y profesor de la U.A.H. Éste, tras su jubilación como otorrinolaringólogo, ha tomado más ímpetu en su faceta de Cronista, investigador e historiador. Por ello, está retomando temas que quedaron faltos de quedar plasmados en letra impresa, o que necesitan una puesta al día cuando han pasado tres décadas, o más, desde que los publicara y que, como autor que no ha dejado nunca de lado dicho tema, piensa que necesitan una actualización o puesta en valor. Dos ejemplos de hace bien poco son su “Historia de la Otorrinolaringología Española (1875-1936)” o su edición comentada de la “Chorográfica descripción del Muy Noble, Leal, Fidelísimo y Valerosísimo Señorío de Molina” de Gregorio López de la Torre y Malo.
Viviendo en Guadalajara, no es de extrañar que Herrera Casado dedicara su atención al Palacio del Infantado desde sus primeros años. Publicó un libro dedicado a dicho palacio en 1975, que reeditó en 1990, 1999 y 2001, ampliado. Dentro del palacio, las pinturas (entonces aún sin restaurar) de los techos de unas salas de la planta baja llamaron su atención, sobre todo porque no existía una interpretación del significado de las mismas más allá de que ensalzaban las glorias de los Mendoza. Fruto de aquella investigación fue un artículo publicado en Wad-al-Hayara en 1981 “El arte del humanismo mendocino en la Guadalajara del siglo XVI”. Que el tema era de interés se puso de manifiesto cuando Fernando Marías, profesor de la UAM, desarrollaba paralelamente una investigación sobre el mismo tema que estaba en las pruebas de imprenta. Por ello, el profesor Marías puso una addenda de dos páginas al final de su artículo comentando las similitudes y discrepancias en la interpretación de las pinturas. El artículo se titulaba “Los frescos del palacio del Infantado de Guadalajara: problemas históricos e iconográficos”, publicado en 1982 en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Cabe dentro de lo posible que, de nuevo, este trabajo de Herrera Casado pueda sorprender a quienes, en algún lugar de España, estén investigando estos frescos en la actualidad.
Poco después, en los años 80 del siglo XX, se restauraron y completaron las pinturas supervivientes que el palacio albergaba, y en algunos casos la rehabilitación “inventó” un poco las partes perdidas, como fue el caso de los soldados que levantaban al infante Don Zuria (zuria significa blanco en vasco) en la interpretación legendaria de la histórica batalla de Arrigorriaga, pues los Mendoza pretendían descender de dicho infante, amén de la familia paterna del Cid Campeador.
El libro que estamos comentando, “Arte y Humanismo en Guadalajara”, es un libro de arte, si bien en un lenguaje asequible aunque riguroso, que recoge las investigaciones antes mencionadas del autor, “tamizadas y completadas” por la lectura del trabajo del profesor Marías y lo investigado por él mismo en este tiempo transcurrido, en lo que el autor denomina “la versión definitiva de un apasionante trabajo”.
Comienza por una somera descripción del primer siglo del palacio del Infantado, sus arquitectos, tallistas y artesanos, así como del duque que lo mandó edificar a partir de 1480. Posteriormente indica unos datos biográficos del quinto duque del Infantado, que “perpetró” una reforma del palacio (1570-1580) largamente criticada por Layna Serrano y que tampoco parece del gusto del autor pues partiendo de un edificio de finales del gótico pretendió hacer un palacio de finales del Renacimiento (la época del manierismo) con un jardín manierista al oeste (con un laberinto y un estanque con barca), amén de habilitar unas habitaciones en la planta baja para su uso por la servidumbre y por los administradores a sueldo del duque, necesarios para controlar, regular e impartir justicia en sus villas y lugares. La verdad es que el duque supo gastar gran parte de su herencia en este palacio y en diversos fastos cuyas deudas aún existían en época del séptimo duque. En la reforma que realizó Acacio de Orejón a gusto del duque, se eliminaron varios de los artesonados mozárabes que entonces tenía el palacio.
Vistos los resultados a partir de las fotografías de los siglos XIX y primera mitad del siglo XX, y de los documentos y los escasos planos que hay en el Archivo Osuna (se puede consultar ahora cómodamente en el Hospital Tavera de Toledo y algunas partes en Internet, pero en 1980 había que ir “in situ” a desempolvar y transcribir legajos) y en el Archivo Histórico Provincial de Guadalajara, bien parece que el duque actuó como los españoles que, teniendo dinero en los años 60 y 70 del siglo XX, eliminaron de sus casas una serie de bienes muebles e inmuebles por “atrasados” por los que, ahora en el siglo XXI, se pagan buenos dineros por su calidad y antigüedad. El caso es que el grandioso palacio quedó como una mezcla de los dos estilos (para disgusto de Layna Serrano) que, en la reconstrucción y rehabilitación realizada desde 1961, se devolvió en gran parte al estilo anterior a las reformas del duque. No fue una mala opción teniendo en cuenta los restos que quedaban del palacio tras el bombardeo aéreo de 1936 y el incendio posterior.
Al incendio sobrevivieron la mayor parte de las pinturas de las techumbres que hiciera Rómulo Cincinato (Florencia, c. 1540 – Madrid (?), 1597), entre 1578 y 1580, antes y mientras realizaba la primera parte de su trabajo para Felipe II en El Escorial. Herrera Casado cuenta también una somera biografía del pintor y los motivos de las pinturas, así como que también se pintaban en las salas falsos motivos arquitectónicos como ventanas falsas con paisajes y pilastras fingidas. Las pinturas, aunque no gustaran a Layna Serrano y a otros, tienen un notable valor como exponente del “humanismo renacentista” en una Guadalajara que el duque intentó convertir en una Atenas, al menos en cuanto respecta a su palacio, pues “se rodeó de una corte de humanistas, entre ellos historiadores, filósofos, novelistas, pintores y artesanos que dieron nuevo impulso al palacio y a la ciudad”.
Pueden admirarse en las salas bajas del palacio al mismo tiempo que se admiran las exposiciones temporales que allí se realizan. Las pinturas son, por su calidad, un valor añadido a estas exposiciones en las salas del Tiempo, de las Batallas (está muy restaurada, quizá algo inventada en la misma), de Atalanta (o de la caza), del Día (totalmente destruida en 1936, aunque queda una foto) y de Escipión (totalmente perdida, no queda ni siquiera una foto), así como en las saletas de los héroes romanos y de los dioses griegos. Tras una descripción del conjunto de pinturas que pueden verse, más una deducción de lo que hubo en la de Escipión y descripción de lo perdido en la sala del Día (gracias a la foto), el autor interpreta el conjunto de pinturas siguiendo la norma interpretativa iconográfico-iconológica diseñada por el historiador de arte y ensayista de origen alemán Erwin Panofsky (1892-1968), quien tras una fructífera carrera en Hamburgo, emigró a Estados Unidos huyendo de los nazis y trabajó en las universidades de Harvard, Princeton (donde murió) y Nueva York, creando una escuela que se prolonga hasta nuestros días. Es en la “interpretación deductiva del significado de cada una de las pinturas, de las salas y del conjunto” donde el propio autor reconoce que su estudio “está abierto a nuevas aportaciones, a matizaciones más precisas, incluso a un enriquecimiento de su interpretación y valoración” dado que es una interpretación, si bien avalada por años de estudio y de largas horas contemplando estas pinturas durante los últimos cuarenta años. No es fácil saber qué quería el quinto duque que nos dijeran las pinturas que hizo realizar a Cincinato en un estilo en el que los retratados vestían como héroes romanos aunque vivieran en la Edad Media y tomaran parte en batallas como Arrigorriaga y otras en las que intervinieron los antepasados de los Mendoza, como, presumiblemente, fueron las Navas de Tolosa o Aljubarrota, aunque no aparezca claramente en las pinturas de la sala. Pero sí están claras la fama y las virtudes que querían indicar que eran propias de su dinastía, representadas por las que tuvieron los héroes clásicos romanos que se hallan pintados (en este caso se pretendía que fueran las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza), y su amor por las humanidades y el clasicismo, aquello que se ha denominado el “humanismo” y que este muy recomendable libro pretende hacernos llegar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dinos tu opinión sobre todo esto