Las palabras del viento, de María Narro. Edición de Gruplobher. Tarragona, 2012. 268 páginas. ISBN 978-84-939809-0-0
He leído estos días “Las palabras del viento”, la segunda
novela de una paisana como es María Narro, y aparte de disfrutar durante su
lectura, de crear en la imaginación el mundo que pinta, que es algo siempre
conveniente, fundamental, me han ido sugiriendo sus páginas una serie de
consideraciones que no quiero que se pierdan en el recuerdo de esa lectura.
Prefiero que, sin ser imprescindibles, queden escritas. Porque si uno no es, ni
de lejos, un crítico literario al uso, sí que ha leído bastante, y eso es lo
que da capacidad de discernir y comparar.
Es esta, me lo ha parecido, una historia de verdad, con
protagonistas homogéneos, de carne y hueso, en un mundo rural, un poco confuso,
revuelto cuando la Guerra, anémico en la paz.
El valor de esta novela radica, en mi opinión, en la
magnífica alternancia de tempus narrativos: a lo largo del siglo XX, tres
épocas se entremezclan continuamente, en capítulos que llevan por título el
nombre de la protagonista de ese momento. Una adolescente que descubre el
mundo, en él encuentra el amor, sin buscarlo, y la madurez que, con dolor
añadido, cuaja en un futuro que se adivina difícil, pero siempre con
recompensa. Como dice la popular conseja: “en la vida, lo mejor está por
llegar”. La obra concluye cuando llega lo mejor.
Antes ha tenido que dejar atrás momentos difíciles, siempre
duros, con secuelas de muertos, de olvidos, de odios y abandonos. La primera
escena, donde poco a poco se van definiendo los personajes, se ve inmersa en
una Guerra Civil que siempre suena a lo lejos, más allá de los cerros, que se
siente sólo en los estampidos de los cañones, el runrún de los motores de la
aviación, y las humaredas de los incendios. Creo que es una forma magnífica de
tratar la Guerra: lo que los personajes cuentan de lo que otros les han dicho.
Está presente y lejana a un tiempo. Marcando las vidas. Como dice la escritora Antonia
Corrales , es una visión de la guerra “sin banderas”. Solo
tiene una cara, un signo: el terror, el miedo contagioso.